por Benjamin Bikman, PhD
La obesidad es una crisis de salud mundial que afecta a más de 650 millones de personas, y conlleva problemas como diabetes tipo 2, enfermedades cardíacas y resistencia a la insulina. Durante años, el control de peso se ha centrado en la restricción de calorías: comer menos y moverse más; sin embargo, muchas personas no logran perder peso a pesar de estos esfuerzos. Nuevas investigaciones sugieren que las hormonas juegan un papel fundamental en la regulación del hambre, el almacenamiento de grasa y el metabolismo, lo cual podría explicar por qué algunas personas tienen dificultades para eliminar el exceso de peso.
Este artículo explora las hormonas clave—grelina, leptina, adiponectina, cortisol, estrógeno, hormonas tiroideas e insulina—y sus roles importantes en la regulación del peso y la gestión de la grasa.
Grelina: La hormona del hambre
La grelina, conocida como “la hormona del hambre,” se produce principalmente en el estómago y tiene la función de indicarle al cerebro cuándo es hora de comer, aumentando el apetito y la ingesta de alimentos. Los niveles de grelina aumentan antes de las comidas y disminuyen después de comer.
Sin embargo, cuando estás en una dieta restrictiva en calorías, los niveles de grelina pueden permanecer elevados, lo que te hace sentir constantemente hambre y a menudo sabotea los esfuerzos para bajar de peso.
Los estudios indican que los niveles elevados de grelina pueden persistir incluso después de una pérdida de peso a largo plazo, lo cual explica por qué es tan difícil mantener el peso perdido. (Müller et al., 2015).
Para reducir los niveles de grelina y ayudar a controlar el hambre durante la pérdida de peso, es importante consumir comidas ricas en proteínas, manejar el estrés y dormir lo suficiente.
Leptina: La hormona de la saciedad
Si la grelina es el acelerador del hambre, la leptina es el freno. Producida por las células grasas, la leptina le indica al cerebro que deje de comer promoviendo la sensación de saciedad.
Sin embargo, en personas con obesidad puede desarrollarse una condición conocida como “resistencia a la leptina,” en la cual el cerebro no responde a esta hormona y la persona sigue sintiendo hambre.
La resistencia a la leptina crea un ciclo en el que comer en exceso lleva a almacenar más grasa, lo que eleva aún más los niveles de leptina, pero el cerebro no “ve” la señal de dejar de comer (Scarpace et al., 2009).
Cambios en el estilo de vida, como una dieta balanceada y actividad física regular, pueden mejorar la sensibilidad a la leptina y facilitar el control de peso a largo plazo.
Adiponectina: La hormona quema-grasa
La adiponectina juega un papel crucial en la regulación de los niveles de glucosa y la descomposición de ácidos grasos. A diferencia de la leptina, los niveles de adiponectina son inversamente proporcionales a la cantidad de grasa corporal. Altos niveles de adiponectina están asociados con un mejor metabolismo de grasas y una reducción de la inflamación, factores beneficiosos para evitar el aumento de peso y promover la pérdida de grasa.
Se ha demostrado que el aumento de los niveles de adiponectina mejora la quema de grasa y reduce su almacenamiento. Por otro lado, los niveles bajos de adiponectina se observan comúnmente en personas obesas y están relacionados con un mayor riesgo de resistencia a la insulina, diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares (Wang et al., 2016).
Bajar de peso y hacer ejercicio pueden aumentar los niveles de adiponectina, mejorando la salud metabólica y ayudando en la pérdida de grasa.
Cortisol: La hormona del estrés
El cortisol, conocido como la “hormona del estrés,” se libera en respuesta al estrés. Aunque el cortisol es esencial para manejar el estrés a corto plazo, elevaciones crónicas de esta hormona pueden contribuir a la acumulación de grasa, especialmente alrededor del área abdominal.
Los niveles elevados de cortisol pueden aumentar los antojos de alimentos azucarados, lo que dificulta seguir una dieta saludable. También promueve el almacenamiento de grasa, en particular la grasa visceral, que es la grasa peligrosa que se almacena alrededor de los órganos internos y que aumenta el riesgo de enfermedades metabólicas (Bjorntorp, 1996).
El manejo del estrés a través de técnicas como la meditación, el yoga o el ejercicio puede ayudar a controlar los niveles de cortisol y mejorar la gestión del peso.
Estrógeno: La hormona femenina
El estrógeno desempeña un papel importante en la distribución de grasa y el metabolismo, especialmente en las mujeres. Antes de la menopausia, las mujeres tienden a almacenar grasa en las caderas y muslos, una distribución menos dañina que la abdominal. Sin embargo, después de la menopausia, la disminución de estrógeno favorece el almacenamiento de grasa en el abdomen, aumentando el riesgo de resistencia a la insulina y enfermedades cardiovasculares (Hetemaki et al., 2017).
Además de influir en la distribución de la grasa, el estrógeno desempeña un papel doble en la regulación de las células grasas. Puede promover el crecimiento de nuevas células grasas (adipogénesis), pero también ayuda a mantener las células grasas existentes más pequeñas y con menos probabilidades de inflamarse. El estrógeno aumenta la sensibilidad de las células grasas a la insulina, lo que las hace mejores para metabolizar las grasas y evita que se agranden (Park et al., 2017). Después de la menopausia, la pérdida de estrógeno puede provocar un aumento del tamaño de las células grasas y la inflamación, lo que contribuye a la dificultad de perder peso a medida que las mujeres envejecen.
Los ajustes de estilo de vida o terapia hormonal que equilibran los niveles de estrógeno pueden ayudar a mitigar estos efectos.
Hormonas tiroideas: Las reguladoras del metabolismo
Las hormonas tiroideas, especialmente la triyodotironina (T3) y la tiroxina (T4), regulan el metabolismo a nivel celular. Controlan la velocidad con la que el cuerpo usa energía, quema calorías y metaboliza grasa.
Las personas con hipotiroidismo, una afección en la que la tiroides es poco activa, suelen experimentar un aumento de peso debido a un metabolismo más lento. Por el contrario, el hipertiroidismo, en el que la tiroides es hiperactiva, puede provocar una rápida pérdida de peso.
Un aspecto menos conocido de las hormonas tiroideas es su papel en la sensibilidad a la insulina y el metabolismo de las células grasas. Las hormonas tiroideas pueden afectar la expresión de los receptores de insulina en las células grasas, lo que las convierte en un factor crítico en la regulación de la forma en que el cuerpo almacena y quema la grasa (Nannipieri et al., 2009). Cuando los niveles de hormonas tiroideas están optimizados, pueden mejorar la sensibilidad a la insulina y favorecer una pérdida de peso eficaz.
Las investigaciones han demostrado que la actividad del receptor de la hormona tiroidea en las células grasas es crucial para regular la quema de grasas y la salud metabólica general. Esta interacción entre las hormonas tiroideas y la sensibilidad a la insulina resalta la necesidad de que la función tiroidea esté en equilibrio para un control de peso eficaz.
Insulina: La hormona más importante en el almacenamiento de grasa
La insulina es posiblemente la hormona más importante en lo que respecta a la regulación del peso y el almacenamiento de grasa. Producida por el páncreas, ayuda a las células a absorber la glucosa de la sangre, convirtiéndola en energía o almacenándola como grasa cuando hay exceso.
La insulina actúa como un guardián del almacenamiento de nutrientes, en particular de la grasa. Cuando los niveles de insulina son altos (a menudo debido al consumo excesivo de carbohidratos), se almacena más glucosa en forma de grasa, lo que puede provocar un aumento de peso. Más aún, cuando la insulina es elevada, impide activamente que la célula adiposa descomponga la grasa almacenada, lo que mantiene la grasa atrapada en la célula adiposa. Por el contrario, cuando los niveles de insulina son bajos o nulos, el cuerpo no puede almacenar grasa y comienza a descomponerla para obtener energía, lo que conduce a la pérdida de grasa.
Esta función reguladora se vuelve aún más crítica en condiciones como la diabetes tipo 1, donde el páncreas no puede producir insulina. De hecho, la diabetes tipo 1 nos permite determinar el predominio absoluto de la insulina en la regulación de la grasa corporal. En las personas con diabetes tipo 1, sin insulina, la glucosa no puede entrar en las células y la grasa no puede evitar liberar la grasa almacenada, y el cuerpo se ve obligado a quemar grasa para obtener energía, independientemente de la ingesta de alimentos o de los niveles de otras hormonas como la leptina, la grelina o el cortisol. Esto puede provocar una rápida pérdida de peso.
Un ejemplo extremo de esto se observa en la “diabulemia”, una enfermedad peligrosa en la que las personas con diabetes tipo 1 se administran una dosis deliberadamente inferior a la necesaria de insulina para perder peso. Sin la cantidad suficiente de insulina, aunque todas las demás hormonas que regulan la grasa (como la grelina, la leptina y las hormonas tiroideas) estén en equilibrio, el cuerpo no puede almacenar grasa, lo que conduce a una rápida pérdida de grasa. Esto ilustra el papel fundamental que desempeña la insulina en el mantenimiento de la masa grasa. Sin ella, por muy equilibradas que estén las demás hormonas, el cuerpo no puede mantener las reservas de grasa.
Conclusión: Las hormonas importan más que solo las calorías
Si bien la ingesta de calorías y la actividad física son partes importantes de cualquier plan de control de peso, las hormonas desempeñan un papel fundamental en la forma en que nuestro cuerpo almacena y quema grasa. La grelina y la leptina regulan el hambre y la saciedad, la adiponectina y las hormonas tiroideas estimulan la quema de grasa, y el cortisol y la insulina controlan el almacenamiento de grasa. Comprender las complejas interacciones entre estas hormonas puede proporcionar estrategias más personalizadas y efectivas para la pérdida de peso y la salud metabólica general.
Para quienes tienen problemas de peso, centrarse únicamente en las calorías que entran y las que salen puede no ser suficiente. Una mejor comprensión del equilibrio hormonal, el manejo del estrés y la dieta pueden crear un enfoque más integral y sostenible para el control del peso. Por supuesto, la variable más prudente y controlable también resulta ser la más eficaz: mantener la insulina bajo control. Con medidas sencillas, como controlar el consumo de carbohidratos y ayunar con frecuencia, tanto las hormonas, incluida la insulina, como las calorías trabajarán a nuestro favor.
Sobre el autor: El Dr. Benjamin Bikman es el director del Consejo Asesor Científico de Unicity. Obtuvo su doctorado en bioenergética y trastornos metabólicos especializados como investigador postdoctoral de la Duke-National University de Singapur. Como profesor y científico de la Brigham Young University, el Dr. Bikman se centra en comprender las enfermedades crónicas modernas, con énfasis en los orígenes y las consecuencias de los trastornos metabólicos, incluidas la diabetes y la obesidad. Con frecuencia publica sus investigaciones en revistas revisadas por pares y realiza presentaciones en reuniones científicas internacionales.